sábado, 17 de abril de 2010

"CON DOS CONDONES"



Ellos siempre estuvieron en la cartera de Juan hasta aquella tarde en que su portador fue como cada viernes a hacer la rutinaria compra. Esta vez no iría al Día de la esquina. Optaba por el Mercadona de Avenida de Roma, un poco más lejos pero mejor surtido y con precios de escándalo. Se acercaba un fin de semana que deseaba tranquilo, se asomaba el buen tiempo y nada le apetecía más que quedarse en casa, acompañadamente sólo, viendo pelis, disfrutando de su hogar y con la nevera llena.
Desde que Juan entró con su carrito al popular supermercado le echó el ojo a un cajero que se lo merendaba con la vista. Jordi se llamaba. Lo supo porque lo leyó en el pin de su camisa. Juan se hizo el interesante sin dejar de mirar y fue a perderse entre frutas y verduras. De vez en cuando pasaba por caja mientras el habitante que la habitaba le devolvía la mirada.
A esas alturas Juan tuvo dos cosas claras: que volvería a ese Mercadona más a menudo y en que caja siempre iría a parar.
Y así fue. Con la compra ya hecha, mareado y nervioso a la par que curioso se acercó donde estaba Jordi, sentado y babeando. Al llegar su turno ambos se dijeron un hola meloso y comenzó el apuesto cajero a pasar los productos por la máquina de los pitidos. En cada pitido flirteante Juan pensaba “te comería entero”, “te llenaba de nata”, “ te sacaría el zumo”, “me quedaría frito contigo”. La gran suerte era que los pitidos sonaban alto porque si así no fuera estoy seguro que las personas del super escucharían lo que cochinamente pensaba Juan, de tan fuerte que lo pensaba. Una vez pasados todos los productos fue a pagar, y al sacar la cartera del bolsillo trasero del pantalón, los verdaderos protagonistas de esta historia cayeron al suelo.
Juan se sonrojó, supongo que por vergüenza. Y Jordi se sonrojó más cuando se percató que lo que había salido disparado del bolsillo no habían sido nada menos que dos condones. El primero y dueño de tan sugerentes tentaciones se agacho a recogerlos y los apretó contra su mano, ruborizado. Guardó la comida en bolsas como un rayo e intencionadamente dejó olvidado los profilácticos sobre el mostrador, mostrándoselos a Jordi que se dio cuenta y los guardó.
Juan se fue canturreando, valiente y altanero, maquinando una estrategia.

Dos horas y media después, cuando faltaban cinco minutos para cerrar el Mercadona apareció Juan con dos c... quedándose en la calle, frente al puesto de Jordi, que al verlo hizo la caja más rápido que nunca. Salió disparado una vez plegó y le estrechó su mano. Juan se la cogió un buen rato y le explicó que había regresado para recoger algo que había extraviado. Jordi sacó los condones del bolsillo de su camisa y le dijo “¿esto?”. A lo que el otro respondió un sí pálido y no muy convincente. Jordi los depositó en su mano que aun apretujaba él respondiéndole un “y ahora qué?”. “Vivo cerca, si quieres te invito a una copa de vino en casa”. “Buen plan, me punto”. Y se apuntó.
Allá fueron, descubriéndose y explorándose, hablando de todo un poco, comenzando por el tiempo que ya era una maravilla hasta de lo bonita y canalla que se pone Barcelona cuando es acariciada por unos rayos de sol. Llegaron a casa y tras cerrar la puerta se engancharon en un morreo interminable y glutinoso, como cuando no te quieres desatar de alguien. El morreo fue el preámbulo de encontrarse desnudos y regalándose un buen revolcón de primavera, ya que la sangre altera.
Y llegó la penetración. Jugarían al “yo a ti y tu a mi” cual perfectos versátiles. Jordi sería el primero en poner el... deseo. Juan sacó del bolsillo los condones caídos antes en el super y los puso cerca de él. Sonrió al darse cuenta de lo predecesor de la historia y que fueran esos mismos preservativos quienes los iban a juntar esperando ambos que lubricadamente fuera para siempre.
Retozaron, se volvieron locos, se cataron, acabaron la nata comprada, sudores como zumo, se comieron enteros de arriba a abajo y de pe a pa, y llenaron a los protagonistas de esta historia de un líquido blanco y viscoso parecido a la pasión.
Dejaban, pues, a esta historia sin protas para convertirse ellos en las estrellas de ésta su historia. Cuando acabaron, fritos, se quedaron mirando fijamente sin saber qué hacer. Jordi, el cajero, pensó en que quizás no le volvería a ver a la vez que Juan pensaba lo mismo y comenzaba a vestirse. Odiaba las despedidas. Pensó en voz alta: “Mañana regresaré al Mercadona a buscar lo que he olvidado”. “Pensaba que eran los condones. O es que te dejaste algo más”. Juan respondió poniéndose la chaqueta, metiendo la mano en el bolsillo y sacando de ella una bolsa llena de los clonados profilácticos. “Mira cuántos tengo para perderlos por ti”.
Y se fue canturreando, valiente y altanero, maquinando otra estrategia.




JAVIER BRAVO.
Barcelona, 11 de abril de 2010.

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